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martes, 19 de mayo de 2009

A nuestro Marito

Físicamente, nunca tuve la grata oportunidad de conocerte, y aún así, te considero un amigo, un muy buen amigo del alma. Aconsejaste, por medio de tu singular y emotiva literatura, a más de un desdichado, dentro de los cuales me incluyo. Eres grande; pero tu magnanimidad no se reduce a esas palabras consoladoras. Fuiste siempre un espíritu sincero, y esa cualidad no la perciben nuestros ojos, la experimentamos, no sé cómo, pero la experimentamos. Dejaste tu ánima al desnudo únicamente para abrigar a otras, más tristes, más alegres…más solas. Y nunca, repito, nunca inhalaste el humo de la grandeza, teniendo en todo momento los pulmones puros de humildad. Recuerdo un relato tuyo, “La juguetería”, y pienso en el niño que, hasta el último minuto, fuiste, compañero. Recuerdo también la moraleja implícita, y trato de reflexionar (verbo que, actualmente, parece pertenecer a las reliquias del pasado) sobre mis acciones. Sabes, ahora comprendo tu mensaje, y resulta hermoso dialogar con el lenguaje del corazón. Gracias por escucharnos, simplemente gracias. Es maravilloso saber que los seres humanos podemos aspirar la eternidad, y tú eres ejemplo de ello. Tu obra, grávida de sentimiento, será el oído de generaciones presentes y futuras; ése, mi amigo, es el logro más sublime, y que a un escritor llena de regocijo. Pero no es necesario que te lo explique: ya conoces ese efecto. Cierta vez, escuché a un ex-prisionero de las FARC comentar que tus poemas habían salvado su vida. Eres grande Mario, y siempre lo serás. Por eso hoy, 18 de mayo de 2009, todos los uruguayos, con profunda tristeza, despedimos tu cuerpo, tu nombre…pero jamás, escucha, jamás sepultaremos las memorias de tu alma. Y mientras un joven lea algún poema tuyo, seguirá encendida la antorcha del recuerdo.

En nombre de todos los jóvenes, soñadores, utopistas y enamorados, te saludo desde el corazón.

Rodrigo Eugui

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