Entradas populares

viernes, 1 de mayo de 2009

“Nunca más mi amor, nunca más”

Rodrigo Federico Eugui Ferrari

En esos días en que la melancolía abre viejas heridas causadas por el travieso Cupido, confundiendo al corazón y abatiendo al espíritu, mi mente busca una escapatoria a esa extraña tristeza, aparentemente sin sentido, revolviendo en el viejo baúl de los recuerdos. En ese momento en que la imagen de esa bella y pura dama, dueña absoluta de mi corazón, se apropia de mis pensamientos, obligándome a revivir ese intenso dolor pasional de haberla perdido; una historia resurge de lo más profundo de mi memoria, levantándome el ánimo e iluminándome el alma con esperanza.
Cierta vez, estando en un bar, ubicado, en ese entonces, en la zona céntrica de mi departamento, bebiendo un café y tratando de finalizar una obra, se presenta ante mí un hombre, ya mayor, que, sinceramente, parecía el más feliz del mundo.

“Buenos días, m’hijo. ¿Escribiendo?”-me pregunta con una gran sonrisa en el rostro, y con un tono que, quien lo escuchase, creería que me conocía de toda la vida.

“Si, eso intento”-le respondo molesto y sin siquiera mirarlo, como quien trata a un animal y no a un ser humano.

El hombre, en vez de enojarse y reprender mi actitud (que sería lo que me merecía por haberlo tratado así), parece comprender mi desequilibrado estado anímico, consecuencia de una reciente pérdida amorosa, y comienza a hablarme con paciencia y sabiduría (virtudes atribuidas a la vejez), tratando de animarme.
Sus profundas palabras captaron de inmediato mi atención, logrando que soltara el lápiz y cerrara el cuaderno, con el único objetivo de escucharlo, como un niño que oye atentamente a su abuelo narrar historias fantásticas, donde existen héroes y dragones.
La conversación se extendió por más de dos horas. Hablamos, entre otras cosas, de experiencias vividas, amores imposibles y desgracias ajenas. Pero algo que realmente conmovió mi espíritu, y se grabó para siempre en mi memoria, fue cuando me contó la historia de Valentín y Esperanza, dos enamorados empedernidos que desafiaron al destino, cuya voluntad era separarlos.
Según mi amigo, en este mismo lugar, en los vaivenes de la década del setenta, una pareja de jóvenes, llamados Valentín y Esperanza (él uruguayo y ella argentina), pensaba sellar para siempre el mutuo amor que los une.
Él, sacando de uno de sus dos bolsillos un par de alianzas (y teniendo en el otro un poema inconcluso), se las enseña a ella, quien con dulces lágrimas y una gran sonrisa, parece contestarle de antemano “Acepto”.Y entre medio de tanta alegría y felicidad, irrumpe, inesperadamente, un agente de la gendarmería, como una piedra que cae violentamente en el agua, rompiendo toda armonía existente.
Con pasos largos, cuyos golpes con el piso al caminar retumban en las paredes de ese viejo bar, se dirige hacia Esperanza. Cuando llega, lee de una lista el nombre completo de ella, y le pregunta si es correcto. Mirando a Valentín a los ojos, y agarrándole la mano, asiente con la cabeza. El gendarme avisa a la Central el dato, y le comunica que deberá acompañarlo. Valentín, con el espíritu rebelde y el corazón decidido, se niega a soltarla. Entonces, de un violento empujón que lo voltea al piso, el agente logra separarlos y, muy rápidamente, lleva a Esperanza hacia fuera, donde una camioneta los esperaba. Ya estando en su interior, el vehículo arranca y se pierde en la distancia.

(Nota: en una parte del relato, mi amigo me comenta que ella era hija de un importante líder revolucionario, y que planeaban utilizarla como chivo expiatorio para dar con su padre)

Inmediatamente que se recupera de la caída, Valentín corre hacia la calle en busca de ella, pero ya era demasiado tarde. Profundamente angustiado, y con el alma abatida, se sienta en el escalón de una casa a llorar. Una señora, conmovida al verlo y siendo cómplice de las circunstancias, se le acerca y, en tono maternal, le dice al oído el lugar al que la llevaban. Secándose las lágrimas y con la frente en alto, marchó decidido al sitio indicado, con el único propósito de liberar a su amor cautivo.
Al llegar a esa fría y gris prisión (que en realidad era un cuartel), entra y pregunta a un guardia disponible quién está al mando de la misma. El oficial apunta hacia una oficina al final de un pasillo, y le dice que golpeé la puerta antes de ingresar. Nuestro joven enamorado camina por ese estrecho sendero, como un hombre inocente que se dirige a un juicio, sabiendo que recibirá una condena por algo que no ha cometido. Al llegar, se detiene y, juntando coraje y valentía, toca la consistente puerta de madera. El eco del “toc-toc” parecía el lamento de un fantasma.

“¡Adelante!”-se escucha una voz que provenía del interior de la oficina.

Valentín entra a la misma, y lo atiende el mismísimo director del cuartel.

“Buenas tardes, soy el Comandante a cargo de este centro. Me acaban de informar que me andaba buscando. ¿Cuál es el problema?”

“Mi novia acaba de ser arrestada, sin motivo aparente, y necesito verla para saber cómo se encuentra. Por favor, comprenda que sin ella yo no puedo vivir. Es como el aire para mí. Se lo suplico, libérela. De ser preciso, yo asumiré cualquier cargo que se le adjudica, con tal de que ella no sufra un minuto más de su vida.”

El comandante, mirándolo como si se tratase del peor de los criminales, le responde molesto:

“Tu chica fue enviada a un centro de reclusión, ubicado en su pueblo natal, en la provincia de Santa Fe, por disposición del gobierno argentino. Nosotros sólo actuamos como intermediarios, cumpliendo con las órdenes mandadas por nuestros superiores. Si quieres quejarte, hazlo con alguien que realmente le interese el asunto. No me hagas perder más tiempo, y aléjate de mi vista.”

Valentín, mirándolo a los ojos, le contesta firme y decidido:

“No me voy hasta que no me diga el número del pabellón en el cual se encuentra. Tengo el derecho de…”

“¡Usted no tiene ningún derecho! Ahora lárguese si no quiere que lo arreste por desacato a la autoridad.”-le grita enojado el regente.

Prestando atención a la orden, y con el corazón esperanzado, el muchacho sale corriendo en busca de su amada.
Rompiendo de un martillazo la alcancía, y con el espíritu repleto de fe, invierte los ahorros de toda su vida en un pasaje, mágico mapa que lo llevará hacia ella.
Partió de noche, a la luz de la luna, y luego de tres horas de viaje arriba al lugar natal de su prometida. Cansado y somnoliento, emprende la difícil tarea de encontrarla en alguno de los centros de reclusión existentes en ese sitio. Alentado por el amor, y haciéndole frente a la fatiga que, permanentemente, amenazaba con derribarlo, la busca de prisión en prisión, de cuartel en cuartel, hasta llegar al último de todos ellos. Era un lugar tan gris y custodiado, que parecía convertir los sueños en pesadillas de solo verlo. Valentín, con un gran esfuerzo, se dirige a hablar con el portero de la misma. Con los ojos a punto de cerrárseles, como el sol en el atardecer, intenta mirar en el interior de la oscura cabina, y pregunta por ella.

“Lo que usted quiere saber es información confidencial. Lamentablemente, no se la puedo brindar. Le pido que se retire inmediatamente de esta zona para evitar posibles inconvenientes. Que tenga usted un buen día.”-le responde una voz espectral proveniente de su interior.

Ignorando el aviso, y con el fuerte presentimiento de que su amor estaba cautivo en ese sitio, realiza un último intento.
Ocultándose de la vista de los oficiales, se ubica detrás de la valla de alambre que rodea a la prisión, frente a la ventana de una celda de la misma. Con la escasa fuerza que le queda, alza la voz lo más que puede, y comienza a leer aquel poema inconcluso que tenía guardado en el otro bolsillo, que decía más o menos así:

“Cuando las olas amenazan derribar mi bote,
tú eres como una suave brisa que calma la tempestad.
Eres una flor con pétalos de pluma,
y tu hermosura vuela por el cerúleo cielo.

Y como si fuese una señal divina,
fuiste a caer en mi bolsillo.
¡Bendita seas amada mía,
por iluminarme el alma con tu perfume!

Sueño conque, algún día,
fuésemos al río juntos y mirásemos el atardecer.”

Inspirado por la ilusión de que lo estuviese escuchando, decide finalizar la obra, con dos versos que provenían de lo más profundo de su corazón:

“Y cuando caiga la noche, a la luz de la luna,
caminaremos de la mano hacia el horizonte.”

Al terminar, espera ansioso una señal de ella. Mira aquella ventana enrejada por un largo tiempo, con la esperanza de que asome su triste rostro angelical, y que le diga, simplemente, “te amo”. Pero nada de eso sucedió. Al darse cuenta que nunca aparecería, se aleja de esa jaula de amores, caminando por una calle de tosca. Sinceramente, me es imposible transmitir con palabras el sufrimiento de ese joven; pero, por lo que sé, en el mismo momento en que se marchaba, cayeron del cielo lágrimas de ángeles. En medio de la lluvia, caminaba, solo y cabizbajo, hacia un lugar sin rumbo. Desilusionado completamente, y consumido por la amargura, escucha una voz que lo llama a lo lejos, diciéndole “¡Acepto, te acepto mi amor!”. ¿Podría ser? Da la vuelta para verificar, y la ve, golpeada y semidesnuda, esperándolo con los ojos abiertos y con una gran sonrisa que, como escribió alguna vez Dante, parecía decirle al ánimo “suspira”. Siempre que me imagino esta escena, dejo que se cuele por el aire de la misma, la música de la canción “Le piano sur la vague”, del talentosísimo Paul Mauriat, con la intención, quizás, de “levantarme el espíritu”.
Venciendo al cansancio, Valentín corre a reencontrarse con ella, y la alegría de ambos se transforma en un fuerte abrazo en medio del diluvio. Las gotas de agua que caían de los cabellos de los enamorados, mojando sus rostros, se mezclaban con las lágrimas, purificándoles el alma. Nunca olvidaré que, cuando le pregunté a mi amigo qué pasó después, él, simplemente, baja la cabeza y no me contesta, como si el recuerdo se hubiera apoderado de su pensamiento. Comprendí su silencio. Al rato, me mira a los ojos, como si fuese su hijo, y me dice que se acerca a ella y, con los ojos cerrados, le susurra al oído “Nunca más mi amor, nunca más”.

Tomado del libro: Mapa de poemas para un espíritu sin rumbo (disponible en el sitio www.portalplanetasedna.com.ar/eugui.htm).

No hay comentarios:

Publicar un comentario